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Cuando el cuerpo llega al límite, pero el corazón sigue
Tras 20 horas y 56 minutos de nado sin tregua, el británico Simon Holliday se arrastra para subir los escalones del muelle de Disneyland en Hong Kong. Con las rodillas tiritando y el cuerpo al borde del colapso, acaba de lograr una hazaña mundial: ser el primer ser humano en dar la vuelta completa a nado a la isla más grande de Hong Kong, Lantau. ¡Una locura de más de 65 kilómetros!
Apenas unos minutos después, con una sonrisa que desafía el agotamiento, aparece la estadounidense Edie Hu, quien completó su propia odisea en 21 horas y 28 minutos. Con una honestidad brutal, confiesa lo que su mente experimentó en las profundidades de la noche: “Empecé a alucinar un poco… Vi a Yoda en las montañas”.
Una aventura a todo o nada
El desafío comenzó el día anterior con un tercer nadador, Brett Kruse. El plan era simple en teoría, pero brutal en la práctica: nadar juntos, sin parar, hasta completar la vuelta. Para lograrlo, contaban con un equipo de apoyo que era su salvavidas en el agua:
- Una pequeña flota de apoyo: Tres kayaks y un yate los acompañaban, monitoreando su estado y seguridad.
- Alimentación en movimiento: Cada 45 minutos, los kayakistas les entregaban un pack de comida que incluía desde geles deportivos y plátanos hasta analgésicos para combatir el dolor.
- Reglas son reglas: Tal como dictan las normas de la natación maratón, nadaron sin traje de neopreno, ya que la temperatura del agua superaba los 20 grados. El frío nocturno sería uno de sus peores enemigos.
Cuando el cuerpo dice basta
Al caer la noche, cerca de las 10 p.m., el grupo enfrentaba uno de los tramos más peludos, pasando por un estrecho cerca del aeropuerto. Fue ahí cuando el cuerpo de Brett Kruse dijo basta. Gritos de dolor que helaban la sangre alertaron al equipo: los calambres lo habían paralizado. Lo subieron al bote de seguridad, temblando de frío y con un dolor insoportable. No tuvo más opción que retirarse.
Su abandono fue un golpe durísimo para la moral del equipo. Con el trío desarmado, el plan de mantenerse juntos se vino abajo. Simon, aunque sufría con el frío, se adelantó con todo el power, mientras Edie mantenía un ritmo constante y tenaz.
Luchando contra la mente y la marea
La noche fue una batalla campal contra el frío, la corriente y la propia mente. El navegante del equipo, un ex oficial del ejército, lo resumió con una frase para el bronce: “Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo”. Tenían que llegar a un punto crítico antes de las 2 a.m. o la marea los vencería. La presión era máxima.
Ocho horas después, con la salida del sol, el ánimo cambió por completo. Habían superado el punto más difícil y ahora las corrientes comenzaban a jugar a su favor. La luz del día les devolvió la energía para el último tirón. Al final, el abrazo de Simon con su esposa Maggie en el muelle valió por cada una de las 21 horas de esfuerzo. ¿Su primera petición al salir del agua? Algo tan simple y glorioso como “porotos con queso en una tostada”.
Esta hazaña nos recuerda que los límites más difíciles no están en el mar, sino en nuestra propia mente. El verdadero océano a conquistar está en tu cabeza. La próxima vez que sientas que no puedes más en la piscina o en el mar, recuerda a Simon y a Edie. Pregúntate: ¿puedo dar una brazada más? Ese es el primer paso para descubrir de qué estás hecho realmente.